Ha vivido toda su corta
vida en una ciudad ruidosa y apresurada. Su madre le ha enseñado que camino ha
de tomar para volver a casa desde el colegio. Y así lo hace cada día sin variar
un ápice el recorrido.
Hoy hay más gente de lo habitual en la calle de
Santa Anna. Lila nota como si una enorme mano le apretara la garganta. Su pulso
se acelera.
Distingue sonidos que no identifica, pero es
solo música, de aquí la gente.
A medida que se acerca al pequeño grupo de
espectadores, sin darse cuenta, las ordenadas notas musicales van
introduciéndose lentamente en su ser.
Sobre el escenario improvisado brilla una mujer
delgadísima vestida con vaporoso vestido blanco. Está sentada en una silla con
un violonchelo entre las piernas. Sus dedos largos vibran junto a las tensadas
cuerdas. Acaricia el instrumento con audaz delicadeza del que emerge un ruido,
una música, que nunca había oído Lila.
Por un instante la artista mira a Lila y ella mira a la violonchelista con sus grandes ojos que nunca te miran. Lila ya no tiene miedo. Se ha sumergido en la magia de
la música para siempre.
Este relato participa en la iniciativa de @divagacionistas con tema #relatosMagia
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