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Mostrando entradas de 2022

El hombre del traje de lino.

  Llevaba entrenando delante el espejo todo el día. Repitiendo una y otra vez la disquisición que había preparado, mientras, observaba como sus labios se movían al pronunciar cada palabra. Había concebido la presentación con tiento.        Luego, puso atención sobre su persona. El traje de lino crudo recién planchado le daba una imagen de sabio aventurero. Se puso unas deportivas del mismo tono que el traje qué le proporcionó más ligereza a su esbelto cuerpo. Le faltaba un toque de color y optó por cambiarse la camisa gris qué había elegido por una camiseta azul marino.        Se peinó hacia atrás su grueso cabello negro, se echó desodorante intentando no manchar la chaqueta, tomó la enorme carpeta bajo el brazo y se dispuso a salir a la calle.       Caminaba diligente, a la vez que hinchaba el pecho al respirar satisfecho. A dos manzanas de llegar a la galería de arte, donde lo debían estar esperando, se le cruzó un perro que acababa de defecar en medio de la acera. Le gritó al

Número de identificación 7053

  A Rosa le gustaba observar la ciudad y a sus atareados ciudadanos desde la ventana del autobús. Cada mañana subía ligera al transporte y saludaba al conductor que acostumbraba a ser Fernando, un blanco enjuto cuyas largas piernas no cabían entre el volante, tan grande como una rueda de camión, y los ruidosos pedales obligándolo a tomar posturas imposibles para poder conducir.         Fernando no le devolvía el saludo, ni tan siquiera se la miraba. Rosa en lugar de sentirse ofendida se reía en silencio del esperpéntico personaje mientras se dirigía al final del autobús.        —Siempre siéntate al fondo—le decía su madre cuando era una cría.        —¿Por qué no puedo sentarme delante, junto al conductor? —protestaba —. Me gusta mirar por el cristal delantero.        —Porque es tradición, siempre ha sido la norma y punto.         Rosa sabía el motivo real, pero le gustaba hacer rabiar a su madre.         —Respeta siempre todas las tradiciones si no quieres tener problemas.

Dejad que os cuente lo que ocurrió

La noche anterior estuve haciendo el equipaje para volver a Barcelona. He hecho muchas maletas en mí vida, por lo cual he ideado un método relativamente eficaz. Aún así, me resulta una actividad desagradable.         Salgo de la ducha del sencillo y limpio hotel de Abidjan y cierro la maleta. En la recepción del hotel pago la habitación y solicito un taxi qué me lleve al aeropuerto.        Llegando al aeropuerto caigo en la cuenta qué se han quedado sobre la mesita de noche los carretes de diapositivas kodak. Se apodera de mí la angustia. ¡No puedo quedarme sin fotografías! ¡Hay qué volver!         —Messier, ¿cuánto podemos tardar en ir y volver otra vez al hotel? —le pregunto al chofer con mí precario francés.        —Un poco —contesta.        —¿Cuento es un poco? —insisto.         He olvidado, craso error, qué estoy en África occidental y aquí, conscientes de los imprevistos qué pueden surgir en cualquier ruta,  incluida la propia vida, no miden el tiempo como los occidentales.     

Nunca voy a ser escritora

Por fin tengo dos días enteros para mí. Dos días con sus despertares, su café con leche, mañanas de primavera, comidas sanas, siestas qué regeneran, tardes de cine y fantasías nocturnas, todo para exprimir como me plazca. Sin ver ni oír a nadie. Sola. Todo un lujo.        Me he propuesto dar paseos y escribir. Leer y escribir cada día. Dicen qué para  ser escritora hay qué escribir. Aunque solo sea un párrafo, pero cada día. Así qué aquí estoy, delante del ordenador escribiendo estas líneas.        ¡Vaya! Un mensaje de Pedro ¿Que querrá? ¡Puaf! Me desea suerte en mí retiro. Se habrá olvidado del significado de la palabra retiro.        En la newsletter matinal se dice que el impresentable de Putin ha movilizado 300.000 efectivos de la reserva.¿Es qué no va a parar nunca la locura de ese hombre? La única buena señal es qué su propia gente se está indignado y ahora tendrá que lidiar con disturbios en casa.         Me asusta la recesión que se avecina. Mis sobrinos no han vivido ninguna y

Solo importa la flor

  Tariq no mira la carretera. Ni al blindado que guía la caravana. Sin embargo, no pierde de vista la flor que cuelga del techo del camión.         Su cuerpo alicaído no parece el suyo. Solo la flor. Solo la rosa de plástico qué cuelga del techo parece importar.        Tariq se deja llevar por sus compañeros. Nada importa. Solo la flor.         No quiere cerrar los ojos. Las imágenes resurgen nítidas. Se los tapa para no ver, pero ahí están otra vez las imágenes teñidas de rojo. Solo importa la flor y vuelve a fijar su mirada en ella.         Los gritos de detrás del camión le taladran los oídos. Tariq se tapa las orejas para no oírlos, pero los oye.         Se restriega las manos en el pantalón obsesivamente. Se las mira. Ya solo queda en ellas algo de sangre reseca entre los dedos. Sangre de su amigo.         Su compañero herido vuelve a gritar. Tariq, sabe que lo están atendiendo y hacen todo lo qué pueden por él. Ha pisado una mina antipersonas.        Les prometieron

Déjà vu

  Belén llevaba una vida normal. Tan normal como la de cualquiera a excepción de los turbadores déjà vu que experimentaba.     Bajando las escaleras del tren subterráneo, al doblar la esquina en una callejuela, al entrar en una cafetería, una niña saltando a la comba, un semáforo, una mosca, un viejo R2D2. Cualquier cosa podía activar un déjà vu. Belén sufría con esas extrañas e íntimas sensaciones.           Había veces que los déjà vu eran tan intensos qué le parecía estar viviendo los recuerdos reales de otra persona. Qué aquello no era suyo. Si Belén creyera en la reencarnación hubiera dicho que evocaban una de sus múltiples vidas anteriores.         Ese día, sentada delante de uno de los carteles de prensa interactivos que cuelgan dentro de los aerobuses, le sobresaltó con fuerza las imágenes de una noticia de prensa amarilla. En ella se veía el cadáver de un hombre cubierto con un papel térmico plateado. La visión de los zapatos tirados en el asfalto le provocó un déjà vu tan