Nada anunció el giro que
tomaría mi vida esa mañana en la que corriendo subí al metro para llegar al
trabajo lo más rápido posible. Fue cerrarse las puertas y verlo al fondo de
pie, apoyado en el asidero de metal mirando su teléfono móvil. Era el único
negro del vagón. Lo reconocí al instante. El tiempo había cincelado sus huellas
sin compasión, pero seguía siendo atractivo.
Los
recuerdos afloraron con rapidez atropellados; los niños; el río Níger; los
mercados llenos de colores; humedad; olor a trópico. Su misma seguridad
recostado en la barra del vagón del metro, pero apoyado en el enorme mango del
patio de la casa familiar mientras saborea despacio el dulce néctar del fruto
amarillo. La alegría me invadió entera obligándome a ir hacia él, en la otra
punta del coche.
El
vagón no iba demasiado lleno y aminoraba la marcha. Pensé en aprovechar,
estábamos llegando a la estación de Arc de Triunf. Cuando se abrieron las puertas
entró un tumulto de turistas japoneses que temían perder a la joven guía que
sostenía en el aire una bandera de color morado. Iban tan cerca los unos con otros
que me fue imposible abrirme paso. Ya no podía verlo. Me agarré al brazo de un
hombre, y le pisé pidiendo perdón. Luego al bolso de una mujer que me miró
irritada.
—Perdón.
Me
eché encima de una joven que olía a espías.
—Perdón.
Y
así hasta al fondo. Él seguía apoyado en el asidero con la misma actitud.
—Hola,
Salek... —dije con voz trémula —Cuanto tiempo...
—Hola,
Elena. Qué alegría verte —reaccionó sorprendido.
Me regaló una sonrisa sincera mientras acercaba su rostro para besar mi mejilla, al mismo tiempo que guardaba el móvil en el bolsillo del pantalón.
Me regaló una sonrisa sincera mientras acercaba su rostro para besar mi mejilla, al mismo tiempo que guardaba el móvil en el bolsillo del pantalón.
—Mucho
tiempo, si...Quién nos iba a decir que nos encontraríamos en “Babilon” ¿eh? —siguió diciendo guiñando un ojo.
Hacía
mucho tiempo que no oía la palabra “Babilon”. Expresión que hace referencia a
la torre de Babel, y como metáfora de la ambición de occidente.
—¿Cómo
estás? ¿Qué haces en Barcelona? —quise saber.
—Pues
verás —contestó encogiéndose un poco mientras desaparecía su preciosa sonrisa
—, he tenido verdaderos problemas con la financiación de Kaladen desde que
empezó la crisis, justo después de irte tú. He conseguido que me citaran en
varios ayuntamientos para haber si consigo que alguno se ilusione con el
proyecto.
—Siento
mucho que estéis tenido problemas —me lamenté acariciándole la parte posterior
de brazo —. Me acuerdo mucho de todos vosotros, de la alegría que se respiraba
en la escuela y de de los niños.
Era
cierto que de vez en cuando todavía rememoraba ese año y sobre todo lo
recordaba a él.
—He
de contarte muchas cosas Elena —dijo mientras rozaba delicadamente la palma de
mi mano que colgaba al lado de mí cadera con sus largos dedos —. ¿Puedes hacer
un café? —sugirió.
—He
de ir al trabajo, llego tarde. Pero podríamos quedar esta noche, te invito a
cenar.
—¡Hecho! — sentenció con alegría.
Me dio su tarjeta: “Salek Traoré. Director de la escuela Kaladen. Porto Novo”. Dos teléfonos, uno con prefijo de Benín y otro de España. Y nos despedimos con un abrazo cohibido por el tiempo.
Me dio su tarjeta: “Salek Traoré. Director de la escuela Kaladen. Porto Novo”. Dos teléfonos, uno con prefijo de Benín y otro de España. Y nos despedimos con un abrazo cohibido por el tiempo.
Mientras
salía el exterior mi corazón palpitaba con fuera. Nunca
me atreví a contarle la verdadera razón de mi marcha. Sabía que si me quedaba
tenía que encajar en su cultura y no me vi capaz. Las tradiciones estaban
todavía muy presentes, y algunas de ellas no las podía asumir. Luego, con
los años he lamentado mi cobardía, en África occidental hay mucho por hacer. De
todas formas, no podía cercenar mi vínculo y siendo docente me fui
especializado en inmigración africana.
Me
enteré que se había casado dos años después de mi regreso a Barcelona. En la
cultura africana se es un infeliz si no se tiene familia propia. Me lo contó
Kaba, una amiga de una de sus innumerables tías, que conocí mientras tramitaba
los documentos de mi hija Mel para poder viajar a Togo por mí trabajo.
Mel
tiene sus mismos ojos, grandes y brillantes. Yo también tenía muchas cosas que
contarle.
Este cuento participa en la iniciativa de @divagacionistas con el tema #relatosReencuentro
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