Llevaba tres días en Ngaparou en la casa familiar de mi amiga Kande y
todavía no me había acercado al inhóspito mar Atlántico.
En esos pocos días,
había recopilado mucho material paseando por mercados y callejuelas. Había
captado imágenes de niños, ancianas, animales, puestos de fruta y de especias,
patios familiares, y hasta secaderos de pescado con lo mal que huelen. Me gano
la vida con ellas, con las fotografías.
Ese día, por fin quise ir
hasta la playa.
—Llévate a Ayana —dijo mi
amiga—, no deja de preguntar qué es lo que fotografías.
Ayana es la sobrina preferida de
Kande, hija de su hermano pequeño. Es una niña vivaracha y de ojos grandes, sin
embargo, dicen que es rara. No le gustan los niños de su edad, prefiere estar
rodeada de adultos.
No me pareció buena idea que viniera conmigo,
la verdad. No sé muy bien cómo comportarme con los críos. Pero luego pensé qué
podría hacerle una buena sesión de fotos. Es una criatura preciosa.
Recorrimos todo el camino
en silencio. Ella colgada de mí falda observando. Parecía que anotara en su
joven mente todos mis movimientos.
Una vez en la playa:
—¿Qué hay dentro de la
máquina? —preguntó decidida.
Me miró sin
vergüenza. Con osada curiosidad.
—Ven, sentémonos a la
sombra y tomemos un refresco —sugerí.
Nos sentamos en la arena y
me miró con el ceño fruncido. No había respuesto a su pregunta. Le sonreí, ella siguió seria. Tomé la máquina de fotografiar que colgaba de mí cuello
y se la puse en el suyo cruzando la cinta por debajo de su brazo derecho. Su
rostro se iluminó. Volví a sonreír, la máquina era casi tan grande como
ella.
Había colocado un
teleobjetivo macro. Le dije que no se moviera qué le traería una cosa de la
orilla. Mi intención era encontrar un cangrejo vulgar, que visto a través del
macro se percibiera como un monstruo de ciencia ficción.
Cuando volví con un
ejemplar, Ayana había descubierto un viscoso y raro gusano al que estaba
inspeccionando a través de las lentes. Me conmovió. Sorpresa, ternura y
estupefacción ante un ser insignificante, casi invisible para nuestros ojos. Vi
excitación y placer en rostro de Ayana. Las dos sonreímos cómplices, emocionadas.
Hoy, quince años más
tarde, Ayana está en la facultad de Dakar estudiando microbiología. En las
vacaciones de diciembre siempre voy a verla y nos paseamos por las largas
playas de Senegal buscando bichos raros y conversando.
Este #relatoRarezas participa en la iniciativa para @divagacionistas.
El autor de la fotografía es @yanickfolly
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