La noche anterior había
celebrado con buenos amigos la verbena de Sant Joan. Me sentía
pesada y torpe. Preparé café. Incapaz de estimular otro sentido que no fuera el
de la belleza, dejé que mi mente se perdiera por Instagram un buen rato. Pensé
que unas bonitas fotografías reiniciarían mi cerebro. Me reí de tal argumento,
pero seguí.
Detuve
el carrusel de imágenes en seco en la foto que veis. Es de un escultor noruego
llamado Fredtik Radumm.
Ese
hombre desvalido, era yo. Suficientemente ligera para qué me arrastre un
pajarillo y a la vez sin poder mover un músculo. Paralizada.
Me
pregunté si dormía o estaba muerto. Tal vez, era el protagonista de una serie
de fantasía que podía comunicarse con los animales. El hombre está en la playa
inconsciente. El malo lo a apaleado. La marea sube con rapidez. El pájaro llama
a sus congéneres con irritantes chillidos, pero están lejos. El pajarillo
arrastra al hombre con dificultad hasta lograr salvarlo de morir ahogado en el
último instante. Bonita historia con personaje mágico incluido. Volví a reírme.
También
pensé qué podría representar… pero no, era absurdo. Por fin decidí averiguar lo
que el artista quería transmitir en realidad y dejarme de elucubraciones.
Cómo
si me hubieran dado una bofetada comprendí de golpe las intenciones del autor
con solo leer el título. Sentí vergüenza. Era evidente. ¿Cómo no se
me había ocurrido? Un emigrante en busca de una utopía. Había que
volver a leerlo y en voz alta: Un emigrante en busca de una utopía.
Mi
cuerpo se tensó, se activó y me levante de mi mullido trono. Había muchas
cosas qué hacer todavía.
Este
relato participa en la iniciativa mensual de @divagacionistas con el tema
#relatosSolsticioverano
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