La primera vez qué Manuela se fijó en ella fue por casualidad. La
curiosidad que sentimos todas delante de una mujer hermosa. Alta, cabellera
lacia y oscura bien cuidada y porte elegante. Manos en los bolsillos del abrigo
y el cuello alzado.
La segunda vez se la encontró
comprando en el supermercado. Pensó qué tal vez acababa de mudarse al
barrio.
Otro día se cruzó con ella en la
calle. Luego, observó que por la mañana tomaba el metro a la misma hora qué
ella para ir al trabajo, y el mismo también a la vuelta. Fue entonces cuando
empezó a creer que la estaba siguiendo.
Un fin de semana decidieron con
su marido hacer un excursión al lago Certascan en el Pirineo. Y allí estaba la
mujer, subida a una roca contemplando la profundidad del valle.
—Paco, mira, aquí está esa mujer otra
vez—dijo visiblemente agitada a su marido.
—¿De qué mujer hablas,
querida?
—Esa, la qué está sentada en la
roca—señala con el índice airada—. La que creo que me está siguiendo.
—¿Por qué iba a seguirte?
—No lo sé, pero me la encuentro
en todas partes. En el supermercado y en la calle bien podría ser por
casualidad, pero ¿aquí?
A los pocos días, se topó con
ella al entrar en el ascensor de la editorial donde trabajaba. Eso ya pasaba de
castaño oscuro.
—¡Deja de seguirme! —gritó enfurecida
a la vez que clavaba la mirada en los ojos azules de su acosadora.
—¿Disculpa? —preguntó la mujer
sorprendida, alejándose lo máximo posible de Manuela.
—¡Que me dejes de seguir o
llamaré a la policía!
—¿Porque iba a seguirte? Te confundes
de persona—logró pronunciar la mujer. Mientras, se abrieron las puertas del
ascensor y aprovechó para escabullirse ligera hasta la puerta de la calle.
Ese día, el marido de Manuela
llegó tarde, ella lo esperaba en el recibidor.
—Paco, la he vuelto a ver. Y esta
vez dentro del ascensor de la editorial, es evidente qué me sigue. Estoy
decidida a ir a la policía.
—¿Todavía estás con esto? La
policía no podrá intervenir, esa mujer no te ha hecho nada. Olvídate de este
asunto, te vas a enfermar.
Paco tenía razón, así que lo
mejor era enfrentarse de una vez por todas a esa mujer y sacarle a golpes, si
era necesario, el motivo de su acoso y acabar con este asunto.
Al día siguiente, la vio en el
andén del metro camuflada entre la gente. Manuela, se dirigió a ella
directamente, pero la mujer al verla empezó a caminar rápido hacia al otro
extremo del andén. Manuela la siguió, sorteando a los pasajeros qué esperaban
pacientes a que llegara el vagón.
—¡No huyas! —gritaba—. ¡Quiero
hablar contigo!
La mujer de vez en cuando se
giraba y comprobaba qué Manuela seguía acercándose y entonces aligeraba el
paso.
En un momento, la mujer desapareció detrás
de una columna forrada de azulejos casi al final del andén. Manuela la siguió y una vez en la columna la bordeó cerca del foso de la vía. Al fondo se
oía el chirrido qué hace el metro cuando se acerca a la estación.
Una vez al otro lado de la
columna, Manuela no tuvo tiempo de reaccionar al ver que la esperaba la mujer
que con fuerza la empujó al foso de las vías. Luego, se oyó un fuerte golpe y
el ruido ensordecedor que hacen toneladas de hierro reduciendo la velocidad de
golpe.
—Paco, amor mío, todo ha salido bien. Ya te dije que con paciencia siempre
se puede llevar a cabo el asesinato perfecto —dijo la mujer.
Esta entrada participa en la iniciativa de @divagacionistas con el tema #relatosVolver.
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