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Mostrando entradas de marzo, 2018

Dentro una fotografía

¿Cuánto llevo durmiendo? ¿Me desvanecí? Me duele el cuerpo.¿Qué es ese olor? ¡Puaf! ¿A tinta usada y a polvo? ¿O es barniz? Cuesta respirar. ¡Qué calor! Tengo sed.    El sol debe estar alto ya. ¿Cuánto tiempo debo llevar aquí dentro? Era de noche. Recuerdo haberme subido sobre ese papel hasta el hilo de luz. Allí arriba. Hojas y hojas repletas de símbolos. Pero no llegué a ver nada subido en ellas.       ¿Qué es ese ruido? ¡Pasos! ¿Qué posibilidades tengo? ¿cómo saberlo? He de intentarlo.        — ¡Hola! ¡Ey! ¡Estoy aquí! ¡Aquí! No me oye. No me ve ¡Crash! ¡Ay! Me he hecho daño. No recordaba que aquí dentro no puedo saltar. Que dura es la madera ¡Maldita sea! ¡Qué dolor!   Pasos otra vez... se aproxima. Luz. ¡Por fin!        — ¡Ey! ¡Estoy aquí! ¡Abre! Por favor. ¡Pof! ¿Pero qué es esto? Que han echado aquí dentro. ¡Ah, ya se! Lo he visto en las cocinas. Eso es pan mojado en leche. ¡Pan! Pero ¿por qué pan? ¡Eh, vuelve! Está regresando sobre sus

¡Que le den!

Mireia arrastró con determinación la maleta por los fríos pasillos del aeropuerto de Oslo-Gardermoen con el abrigo colgando del brazo, el bolso cruzando el pecho y su cabello oscuro recogido en una gruesa cola. A las siete y veinte de la mañana salía un avión dirección Barcelona, su ciudad natal, en donde no había vuelto desde que fué hacía ya doce años.         Antes de subir al avión pensó que necesitaría un café bien cargado; miró el reloj, faltaban cuarenta y cinco minutos para el embarque, había tiempo suficiente. Con el café en la mano buscó sitio en el bar que estaba muy lleno. Un hombre le permitió sentarse en su mesa junto a una joven que parecía su hija. Mireia se propuso concentrarse en el libro que sacó del bolso e ignorar a sus vecinos, pero le fue imposible no oírlos. —Trae un bocadillo de jamón, un vegetal para ti y dos cafés con leche —le ordenó el hombre a la recatada quinceañera —. ¡Y rapidito, que tengo hambre! Mireia miró de soslayo aquel hombre sentad