Tariq
no mira la carretera. Ni al blindado que guía la caravana. Sin embargo, no
pierde de vista la flor que cuelga del techo del camión.
Su
cuerpo alicaído no parece el suyo. Solo la flor. Solo la rosa de plástico qué
cuelga del techo parece importar.
Tariq
se deja llevar por sus compañeros. Nada importa. Solo la flor.
No
quiere cerrar los ojos. Las imágenes resurgen nítidas. Se los tapa para no ver,
pero ahí están otra vez las imágenes teñidas de rojo. Solo importa la flor y
vuelve a fijar su mirada en ella.
Los
gritos de detrás del camión le taladran los oídos. Tariq se tapa las orejas
para no oírlos, pero los oye.
Se
restriega las manos en el pantalón obsesivamente. Se las mira. Ya solo queda en
ellas algo de sangre reseca entre los dedos. Sangre de su amigo.
Su
compañero herido vuelve a gritar. Tariq, sabe que lo están atendiendo y hacen
todo lo qué pueden por él. Ha pisado una mina antipersonas.
Les
prometieron una ruta segura, alejada de la guerra. Mintieron. Por lo tanto, tal
vez no exista el oasis donde el agua brota de las piedras sin parar. El vergel
donde las flores más hermosas de la tierra acompañan al caminante durante todo
su trayecto vital.
No ha apartado la mirada de la flor de plástico. Ahora la acaricia, la toma con una mano, la arranca y la tira por la ventana. Es entonces, cuando Tariq
quiere gritar, pero se tapa la boca a tiempo con las dos manos. Se traga el
lamento y llora en silencio. Solo su amigo tiene derecho a gritar.
Este microcuento participa en la iniciativa de @divagacionistas con el tema #relatosSangre
Fotografía de @xaldekoa #XavierAldekoa
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