Llevaba entrenando delante el espejo todo el día. Repitiendo
una y otra vez la disquisición que había preparado, mientras, observaba como
sus labios se movían al pronunciar cada palabra. Había concebido la
presentación con tiento.
Luego, puso
atención sobre su persona. El traje de lino crudo recién planchado le daba una
imagen de sabio aventurero. Se puso unas deportivas del mismo tono que el traje
qué le proporcionó más ligereza a su esbelto cuerpo. Le faltaba un toque de
color y optó por cambiarse la camisa gris qué había elegido por una camiseta
azul marino.
Se peinó
hacia atrás su grueso cabello negro, se echó desodorante intentando no manchar
la chaqueta, tomó la enorme carpeta bajo el brazo y se dispuso a salir a la
calle.
Caminaba
diligente, a la vez que hinchaba el pecho al respirar satisfecho. A dos
manzanas de llegar a la galería de arte, donde lo debían estar esperando, se le
cruzó un perro que acababa de defecar en medio de la acera. Le gritó al dueño
del can con todas sus fuerzas y con palabras gruesas que hiciera el favor de
recoger la deposición. Tenía ganas de pelea, pero no disponía de tiempo, había
qué llegar a la galería y entregar sus últimos trabajos para la inauguración.
Continuó
caminando, a la vez qué miraba hacia atrás para seguir increpando al hombre sin
darse cuenta que se terminaba la acera. Resbaló en el bordillo, levantó los
brazos instintivamente para mantener la estabilidad obligándole a soltar el
cartapacio que voló por encima de su cabeza. Todas sus acuarelas se
desparramaron por la calzada, donde acto seguido, un camión pasó a toda
velocidad sobre un charco y salpicó de barro gris al hombre del traje de lino y
a su trabajo. No pudo mantener el equilibrio y cayó de bruces sobre el
asfalto.
El hombre
del perro corrió hacia él para socorrerlo. Lo ayudó a levantarse, recogió las
acuarelas esparcidas y las introdujo con tiento en la carpeta secando antes el
barro con su pañuelo con cuidado. Le preguntó si estaba bien, le devolvió la
carpeta y se fue seguido del perro.
El hombre
del traje de lino no se pudo mover durante un buen rato. No le dolía nada. Solo
su amor propio palidecía por momentos compensando así el intenso estallido
rosado de sus mejillas.
Este pequeño cuento participa en la iniciativa de @divagacionistas con el tema #relatosEquilibrio.
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