Belén llevaba una vida normal. Tan normal como la de cualquiera a excepción de los turbadores déjà vu que experimentaba.
Bajando las escaleras del tren subterráneo, al doblar la esquina en una callejuela, al entrar en una cafetería, una niña saltando a la comba, un semáforo, una mosca, un viejo R2D2. Cualquier cosa podía activar un déjà vu. Belén sufría con esas extrañas e íntimas sensaciones.
Había
veces que los déjà vu eran tan intensos qué le parecía estar viviendo los
recuerdos reales de otra persona. Qué aquello no era suyo. Si Belén creyera en
la reencarnación hubiera dicho que evocaban una de sus múltiples vidas
anteriores.
Ese
día, sentada delante de uno de los carteles de prensa interactivos que cuelgan
dentro de los aerobuses, le sobresaltó con fuerza las imágenes de una noticia de
prensa amarilla. En ella se veía el cadáver de un hombre cubierto con un papel
térmico plateado. La visión de los zapatos tirados en el asfalto le provocó un
déjà vu tan intenso que su mente no pudo resistirlo y se desplomó inconsciente
en el suelo.
Se
despertó sobre una camilla de hospital. Los dos sanitarios qué la llevaban se
preguntaban qué fue lo qué había salido mal. Qué no hubiera tenido qué pasar.
Toda la memoria había sido substituida. No tenía que recordar.
Sin
embargo, ahora ella recordaba. Belén había acuchillado a su pareja en defensa
propia. Le dieron a elegir: pasar el resto de su vida en una institución con
todas las comodidades, pero recordaría todos los hechos o dejar qué le borraran
la memoria y se la sustituyeran por una ficticia. Escogió esto último.
Con
este microrrelato participo en la iniciativa de @divagacionistas para el tema #relatosDejavu
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