Akin
despertó de una larga pesadilla sin saber dónde estaba ni lo que había sucedido.
No pudo despegar los párpados hinchados y le desconcertaba el intenso trajín de
su alrededor; murmullos, lamentos, pasos, ruidos que no sabía identificar.
Tumbado boca arriba no sentía su cuerpo como suyo. Olía a orina y a sangre;
opresión en el abdomen y en el rostro. Cerca había alguien porque escuchó un
gemido hueco. Intentó darse la vuelta para socorrer a la persona que lo había emitido, pero un
dolor atroz le oprimió el costado cortándole la respiración.
—No te muevas, Akin —dijo una voz que
reconoció como la de uno de sus tíos —. Algo te han roto por dentro. Toma mi
pan y agua, yo no los necesito.
El chico, percibió la mano del anciano
tomando la suya y acercarle el pan y la vasija.
—¿Que ha pasado?
—Descansa ya lo recordaras, ahora
solo has de pensar en reponerte.
Como si hubieran accionado un resorte
en su interior, Akin empezó a recordar, a visualizar como en una película
envejecida de la que solo hubieran
sobrevivido determinados fotogramas. Los gritos de guerra,
la lucha, aullidos, frio. Su padre y hermanos murieron en la refriega,
Experimentó una tremenda desolación. Luego, perdió el conocimiento.
Pasaron semanas encerrados en insalubres
cabañas como pesebres para las bestias. Estaban hacinados, con el espacio justo
para poder estirarse y dormir espalda con espalda. Alimentándose solo con pan y
agua. La juventud y la fortaleza de su estirpe hicieron que Akin se recuperara con
prontitud.
Y un día, abrieron los portones, de
madera roída por la humedad tropical, y los obligaron a salir bajo el rey Sol. Los
ataron entre ellos por los tobillos y por el cuello con gruesas cadenas. Y con
otro hierro retorcido les quemaron la espalda uno a uno.
Akin, tomó la mano de su tío.
Y lo fustigaron con una vara de madera, con tal fuerza que le abrió la carne hasta
el hueso. Luego los llevaron hasta una plaza, con un anciano árbol en su centro.
Mientras chasqueaban los látigos sobre sus cabezas y gritaban les obligaron a correr en círculos alrededor del grueso tronco, siete veces siete, sin parar. El que no
lo resistía lo liberaban de las cadenas, lo degollaban y lo echaban en una zanja
preparada para ello.
Los ancianos del pueblo cuentan que, si corres en círculos hasta perder el sentido de la orientación, no sabrás volver a tu casa. Olvidarás quien eres y de donde vienes. De pronto, a pesar de su juventud, Akin intuyó el propósito de esos hombres.
Con este #relatosCírculos participo en la iniciativa de @divagacionistas
La fotografía es de LosviajesdeAli.com
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