Al mirar esta imagen de lejos veo un cajón de sastre lleno de pequeñas
bobinas de hilos de colores. En esos pequeños cilindros, con un tapón blanco en
un extremo, predomina el rojo. Están de
pie muy apretados, esperando que los alija la mano de la costurera y poder
terminar sus días formando parte de un bonito bordado. Parece que estén dentro
un embudo, parecido al de los bombos de la lotería de navidad. Una sola bobina
será la escogida.
Cuando me
acerco la fotografía se distinguen hombres vestidos con túnicas de tonos vivos
y casquetes blancos en la cabeza. Hombres de una sociedad antigua aferrados a
la tradición. También ellos parecen estar dentro un embudo que los succiona
hacia dentro del templo. Quieren rendir culto al dios Alá. Se empujan unos a
otros. Quieren ser los primeros en entrar. Serán respetados por la comunidad
por haber cumplido con el precepto. Así eluden la soledad ajenos al resto del
mundo.
Si me
acerco todavía más la fotografía, distingo detalles que cuentan otra historia.
Esos hombres no se empujan, respetan el espacio de cada individuo. Veo relojes
caros y gafas de sol de marca europea. Turistas con mochilas y teléfonos
móviles con los que hacer selfis. Un hombre subido a la cenefa de piedra de la
puerta para hacer la fotografía desde cierta altura. Otro, en el centro,
emocionado creyendo estar viviendo un acontecimiento primitivo, sin darse
cuenta de que esa gente es tan contemporánea como él. Turistas de su propia
cultura qué quieren entrar en el templo de sus ancestros.
Sin embargo, no
hay ninguna mujer. ¿O sí? ¿Y si no puedo verlas? Habrá que seguir acercándose
para entrar y comprobarlo.
Este #relatoEntrada
participa en la iniciativa para @divagacionistas.
Comentarios
Publicar un comentario