Desde hace unos días la
chica pasa por la calle principal de Serekunda. Con zapatillas de ballet, tutú
rojo, encajes naranjas y mallas negras para no dejar al descubierto las
piernas. Ligera, volando impulsada por sus largos brazos. Ajena a lo que acontece
a su
alrededor.
En
un tramo del suelo, algo más plano, se pone de puntitas y camina erguida con
los brazos abiertos, como si anduviera sobre la cuerda floja. Al rato, tropieza
con una hendidura del terreno y pierde el equilibrio. Y como si una mano invisible
la cogiera por el pescuezo y tirara de ella hacia el cielo, se estabiliza sin
llegar a caer.
El
chico, que hace días que la observa, decide seguirla a una distancia prudente.
Pasan por el mercado de verduras, por delante de los carniceros y del barrio de
los curtidores hasta llegar a la orilla del río, lejos de la
ciudad.
La
chica no ha dejado de bailar durante el trayecto. Nadie se le ha acercado. Se
detiene delante una cabaña, de esas que usan los pescadores fluviales para
guardar la balsa. Se da la vuelta y le hace señas al chico para que se acerque.
—
¡Entra! —le dice con una sincera sonrisa, mientras le saluda con una Pirouette.
Dentro
solo hay una maleta cerrada como las que usan los turistas occidentales. La
chica la abre y saca un libro. "Manual para jóvenes bailarines y
bailarinas. Pasos de ballet".
—
¿Quieres ser mi alumno? — le pregunta alegre —. Estoy practicando para ser
profesora de ballet en París.
Al
chico le sorprende la candidez de ella y pregunta, quiere saber. Ella le
cuenta que, es hija de Ismael Diadié custodio de
la gran biblioteca andalusí Fondo Kati, de Tombuctú, Mali, destruida por
los yihadistas. Pero, la encontraron casi vacía. Su padre, con anterioridad,
había puesto a buen recaudo miles de manuscritos repartiéndolos por todo Mali.
Lo mataron.
— ¿Y la maleta? — pregunta el chico.
Antes
de la guerra, durante el festival de música Au Désert, qué se celebraba cada
año cerca de Tombuctú, actuó una bailarina parisina que le regaló la maleta con
los vestidos y los libros. Le dijo, que practicara, que cuando volviera se la
llevaría con ella a Francia.
—
Pero no volvió nunca. Es por la guerra, ¿no crees? — le pregunta la
chica.
Él,
que se le ha acercado, pasa el dedo índice por su mejilla, y se lleva sus lágrimas para que no pesen tanto.
—
Si me aceptas, yo siempre seré tu alumno.
Este relato participa en la iniciativa de @divagacionistas con el tema #relatosMaestros
Foto: @kiberastorias
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