Luis estaba sentado en el suelo del comedor. A sus sesenta y dos años
todavía podía hacerlo con las piernas cruzadas. Tenía los codos apoyados sobre
las rodillas, la espalda inclinada hacia delante y con las manos se sostenía la
cabeza. Por encima de las gafas observaba las enormes cajas a rebosar de
fotografías.
Resopló.
No le quedaba otra que revisarlas una a una. No se veía con fuerzas para
tirarlas sin más. Esas cajas contenían toda la vida de su madre.
Al
rato, la bolsa destinada a la basura seguía vacía. Toda esa gente que ni
siquiera conocía no dejaban de ser su acervo. Le pareció estar intentando
desechar algo de sí mismo.
Mientras
se preguntaba por qué su madre no las había colocado en álbumes, como todo el
mundo, vio que debajo un montón de imágenes desordenadas sobresalía una foto de
un gato en blanco y negro. Tiró de ella y se reconoció de crío. No recordaba qué se la
hubieran hecho, pero sí el día. Una ligera presión en la garganta lo hizo
carraspear e intentó tragar saliva a pesar de la repentina aspereza de su
tráquea.
Recordó
que ese día la pereza se había apoderado de él, y en lugar de dirigirse al
colegio se propuso ir a pie a la ciudad. Luis quería ser músico. Antes de
emprender el viaje se sentó en los escalones de una vivienda, casi en las
afueras, y a modo de despedida se puso a tocar la flauta. El gato se le acercó
despacio. Durante unos instantes, el gozo de sentirse unido a la música y al
gato como a un todo, le confirmó su poder.
Llevaban
un rato él y el gato hechizados cuando, sin verla venir, su madre le plantó una
bofetada que hizo rebotar su cerebro dentro del cráneo como en un gongo. La
flauta salió volando, clavándose en un costado del gato que salió disparado
hacia la nada.
—¡Mama!
¿qué haces? —gritó, mirándola sobresaltado —. ¿Qué no ves que voy a ser
músico?
—¿Musico?
como sigas sin ir a la escuela vas a ser Luis el vagabundo —dijo,
arrastrando a su hijo por la oreja hasta la escuela.
Los
dos habían acertado, sonrió. Él consiguió ser músico y la música lo había
convertido en un trotamundos sin hogar fijo hasta entonces. Mientras volvía a
precintar las cajas una por una y las guardaba, pensó que la foto del gato y la
flauta no se la había podido hacer su madre. Por aquella época, no tenían máquina de
fotografiar. Entonces, ¿quién?
Este relato participa en la iniciativa de @divagacionistas con el tema #relatosPereza
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