Lo primero que pensé al ver sus pies fue que le debían doler y que eran
feos.
Me
la imaginé andando descalza por la selva en busca de madera para hacer fuego.
Recoger tubérculos y raíces. Cazar pequeños animales. Corretear por suelos
pisando cortezas, hojas, insectos, ramas, astillas y pellejos de animales
muertos. Todo ello envuelto en una apestosa humedad que lo pudría todo junto un
calor asfixiante.
El
día que me crucé con ella, la vi cargando con su bebé a las espaldas. A cada
hombro dos enormes sacos llenos de madera cortada a cada extremo de un
tronco, como un yugo, que había hecho pasar por detrás de su cuello como si
ella fuera el eje de una balanza. Mi columna vertebral crujió al pensar en el
peso que debía soportar la suya.
Ella
me miró curiosa con una sonrisa que iluminó todo el oscuro sendero en que
estábamos. Y señaló mis botas con la mirada. Pensé que me las iba a pedir y
contuve la respiración. Ella mantuvo el equilibrio del yugo que le cruzaba la
espalda con una mano y con la otra se tapó la nariz, con expresión de asco y
negando con la cabeza. Lo repitió varias veces. Hasta que comprendí que mis
caras botas de goretex le parecían horribles. Reímos.
Nos
sentamos en un tronco del camino. Ella soltó los sacos y volteó al niño para
darle de mamar. El bebé se aferró al pezón en silencio. Luego colocó sus pies
en un saliente de una roca y empezó a frotarse las plantas de los pies en ella.
Pensé en la diminuta piedra pómez que tengo siempre en mi baño. Tocó mis botas y risueña volvió a negar con
la cabeza. Acerqué mi mano despacio pidiendo permiso para tocar sus pies. No me
parecieron hechos de carne y hueso sino metálicos, de dura piedra.
Cuando
terminó se levantó, colocó otra vez el niño a sus espaldas y el yugo con los
sacos en los hombros. Volvió a sonreírme y se fue por el sendero. Mientras se
alejaba admiré su fortaleza y la belleza de sus pies de piedra.
Este relato participa en la iniciativa de @divagacionistas con el tema
#relatosPiedras.
Comentarios
Publicar un comentario