Tenía catorce años y era una
pre-adolescente de lo más normal. Impulsiva y algo vaga. Estaba enamorada del
chico más guapo de la escuela, como todas. Y tenía una amiga del alma con la
que creamos un club, con otras cuatro niñas, para no sé qué finalidades. Obsesionada
con los granitos y mí fino y lacio cabello. ¡Todavía ahora, recuerdo con
envidia la gruesa cabellera de mi amiga! En fin, lo normal.
Eso
sí, sin ninguna aptitud para los idiomas. Nunca la he tenido. Y claro, siempre
cateaba el inglés. Ese año tuve que hacer el examen de recuperación en septiembre.
Al
salir de la clase, donde habíamos hecho la prueba, se me dirigió la tutora de la que no recuerdo el nombre.
—Márquez,
¿cómo te ha ido el examen? —preguntó con una sonrisa dulce nada normal en
ella.
—Bien
—mentí sin convicción, mirando el suelo de mármol deslucido.
—No
te preocupes por eso ahora, ¿vale? —y me acarició la mejilla —. Dirígete
a la sala de visitas de la planta baja. Te espera allí tu madre.
En
aquel momento no pensé nada especial. Me pareció extraño, pero me
alegró que viniera a recogerme mi madre. Bajé la escalera ligera y me dirigí directamente
a la sala. Los alumnos la llamábamos la habitación de los escritores, porque
todas las paredes estaban forradas por una librería oscura llena de libros
con olor a polvos mata bichos. Una gran mesa escritorio con todas las
herramientas del escritor, dos sillas y un enorme sofá de tres plazas junto a
una mesita auxiliar.
Cuando
entré pude ver a mi madre y hermana pequeña sentadas en el sillón, muy serias.
Me habían dejado un hueco en el que me senté instintivamente, me quedé en la
punta muy quieta y mirándolas con los ojos interrogativos. Mi madre ni siquiera
me había dado un beso de bienvenida.
—Os
he de decir algo —empezó a hablar con silencios entre palabras como si
estuviera bebida. Temblaba—, pero no sé cómo hacerlo... Vuestro padre...
No
fue necesario que siguiera. Un frío extraño se fue apoderando de las tres. El
aire que respirábamos se espesaba a cada segundo construyendo un muro gélido
entre nosotras. Casi dejamos de respirar. Inmóviles. En silencio. Incapaces de
abrazarnos. Solo nos mirábamos desencajadas, perdidas... y sin poder tocarnos. Solo
las lágrimas se atrevieron a transgredir la parálisis en la que estábamos
inmersas.
Me
aprobaron el inglés. Pero, todavía ese frío extraño se apodera de nosotras en las
pocas ocasiones que nos reunimos las tres.
Este cuento participa en la iniciativa de @divagacionistas con el tema #relatosFrío
El cuadro es de Pablo Picasso, titulado "Tres mujeres"
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