Fue
mi primera desventura; mi primer secreto. Los protagonistas: un pájaro gris,
la ventana de un excusado y yo misma. Visto así no parece muy emocionante. No
recuerdo mi edad, pero era muy niña. Desde
entonces todo cambió a peor, pero eso es otra historia.
Estaba
con mis padres y hermano pequeño desayunado en una pequeña pensión de camino a
Puebla de Castro en Huesca. La intención era visitar a una hermana de mi abuelo
paterno. En aquellos años las carreteras eran más bien senderos y los coches
lentos y pesados como tanques. Era razonable hacer noche por el camino.
Terminado
el desayuno fui al lavabo. Entré, pasé la balda y oriné. Curiosa como soy mire
por la ventana que daba a un enorme patio interior rodeado de ventanas de madera,
todas ellas cerradas, de lo que me pareció un almacén. Miré hacia abajo, y tres cuartas partes del
patio estaba cubierto por un techo de uralita. El otro cuarto lleno de balas de
paja. Sobre la techumbre y al fondo vi un pajarillo gris que debió caerse del
nido. No podía volar y resbalaba en la uralita.
La heroína que llevo dentro no se lo pensó. Salté por la ventana del baño al
techo de uralita. Al instante me percaté que me paseaba por encima de un montón
de vacas a las que no les había hecho ninguna gracia oírme por encima de sus
cabezas, y empezaron a mugir nerviosas. La uralita crujió bajo mis pies. Me arriesgaba
a caer sobre las cornamentas, pero no podía dejar al pajarillo
gris a su suerte, tenía que salvarlo.
Cada vez que intentaba acercarme al pájaro gris, él hacía lo posible para
alejarse de mí. No sé quién de los dos estaba más asustado.
A cada paso que daba más nerviosos estábamos las vacas, el
pájaro y yo. Sin embargo, estaba decidida a rescatarlo de una muerte segura.
Todo terminó cuando el pájaro gris,
intentando levantar el vuelo para huir de mí, cayó entre la pared y la uralita
para morir aplastado por los bovinos. Quedé paralizada un buen rato por la
impresión.
Cuando reaccioné me dirigí a la ventana para
volver al baño. Pero me fue imposible volver a subir. Todo lo que sube baja,
pero no todo lo que baja puede volver a subir. El pánico me invadió. ¿Que había
hecho? Matar al pájaro y ganarme una bronca de campeonato. Despacio fui
bordeando el techo de uralita pegada a la pared hasta llegar a las balas de
paja. El techo de uralita estaba alto, pero me lance sobre la paja antes de tener
que gritar pidiendo ayuda como una estúpida. De cerca, las vacas me parecieron
enormes y el corazón me salió por la garganta al pensar en pajarito gris.
Tuve
la suerte de que la puerta del corral no estuviese cerrada y volví a la mesa del
desayuno rodeando el almacén y entrando por la puerta principal de la pensión.
Nadie se extrañó de mí tardanza. Según ellos siempre estaba en babia. No abrí
la boca.
Cuando ya salíamos pasamos por delante del
baño. El dueño estaba golpeando la puerta con fuerza y gritando asustado. Por
lo visto alguien había visto a una niña entrar, pero nadie la había visto
salir.
Este relato participa en la iniciativa de @divagacionistas de abril, #Relatos culpa
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