Seguía arrodillada, sentada
sobre los talones y sin poder moverse. Delante, en el suelo, estaba la caja
amarilla abierta, aquella de los ositos de colores que les regaló la abuela
hacía casi medio siglo, una para cada uno. Estiró el brazo derecho para alejar
los papeles y poder volver a leerlos, con las gafas en la punta de la nariz y
la boca entreabierta.
Hacía ya tres meses de la muerte de su padre y tenían que vaciar el piso. Solo les quedaba hacer un repaso a las cajas del trastero por si encontraban algo que valiera la pena conservar, aunque lo dudaran.
El dolor muscular en las piernas se impuso y la obligó a levantarse. Fue hacia la cocina y se sentó en la única silla que quedaba. Miró a su hermano en el que nunca se veía reflejada a pesar de heredar los mismos revueltos cabellos rubios, los mismos ojos avellanados, la nariz aguileña y una total falta gracia en el porte.
—Juan, ¿has visto esto? —le pregunto acercándole la libreta de ahorros de la abuela a su hermano —¡Fíjate, es del ochenta y tres!
—¿El que? ¿A ver? —preguntó mientras se le acercaba.
Juan palideció al leer el documento. Fue hacía la encimera cogió el paquete de Winston, encendió un cigarrillo y acercó el cenicero con sus dedos amarillentos.
—¿Sabías algo de esto? —suplicó a su hermano con los hombros caídos hacia delante, y el dorso de manos sobre los muslos.
—Verás… —empezó él.
—¿Tu sabias que tuviera tanto dinero la abuela?
—Verás… —Solo atinaba a decir el hermano mientras parecía buscar con los ojos algo que decir.
—La abuela nació a finales del diecinueve — empezó a contar con voz entrecortada —,solo por un año, sin embargo el siglo diecinueve… La abuela pertenecía a otros tiempos, donde el hombre controlaba todo del patrimonio familiar. Era su responsabilidad mantener a la familia... y todo eso…
—¿Y? ¿Qué me quieres decir? —Insistía ella con ojos y boca desencajados —. Si sabes algo dímelo, por favor.
—Fue después de morir mama —susurro sin poder mirar de frente a su hermana—. Me dijo que nunca le había gustado papa, y ahora que su hija ya no estaba, ese dinero me
pertenecía.
—¿Que? ¿Y yo? ¡también era mi dinero! —le preguntó— ¿Y papá no lo supo nunca? — dijo atropelladamente con los ojos muy abiertos y temblando—. ¿Qué hiciste con el dinero?
—Veras…es que...
—¡Calla! ¡No quiero saberlo! —gritó extendiendo el brazo con la palma de mano abierta en los morros de su hermano —. Solo dile a tu hija que ya la llamaré.
Se dirigió hacia la salida, cogió el abrigo e introdujo la libreta de la abuela en el bolso, abrió la puerta de la calle y se fue. Nunca se volvieron a ver.
Este cuento participa en la iniciativa de
@divagacionistas , para el mes de Enero, sobre #relatosInfidelidad
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