Seguía arrodillada, sentada sobre los talones y sin poder moverse. Delante, en el suelo, estaba la caja amarilla abierta, aquella de los ositos de colores que les regaló la abuela hacía casi medio siglo, una para cada uno. Estiró el brazo derecho para alejar los papeles y poder volver a leerlos, con las gafas en la punta de la nariz y la boca entreabierta. Hacía ya tres meses de la muerte de su padre y tenían que vaciar el piso. Solo les quedaba hacer un repaso a las cajas del trastero por si encontraban algo que valiera la pena conservar, aunque lo dudaran. El dolor muscular en las piernas se impuso y la obligó a levantarse. Fue hacia la cocina y se sentó en la única silla que quedaba. Miró a su hermano en el que nunca se veía reflejada a pesar de heredar los mismos revueltos cabellos rubios, los mismos ojos avellanados, la nariz aguileña y una total falta gracia en el porte. ...
La serendipia es la colisión entre el azar y el conocimiento.