Descorrí las cortinas de la sala. Estaba amaneciendo. El virulento rojo del cielo anunciaba viento o lluvia. Iba a ser un día inquieto. Respiré hondo. Me senté en el sillón orejero qué había sido de mí padre. En pijama. Coloqué recta mí espalda apoyada en el cojín rojo. Acerqué un poco la mesita del centro de la sala y puse los pies en ella. Mis rodillas se resintieron y me levanté a buscar otro cojín para colocar debajo las piernas. Respiré hondo y me senté recta. Me pareció oler a humedad, a musgo. No recordaba cuánto tiempo hacía que no había cambiado las flores del jarrón. Margaritas blancas que ya no eran blancas. Vida que ya no era vida. Pensé, que cuando me levantara las tiraría al cubo de los residuos orgánicos. Pero eso sería luego, ahora urgía leer. ...
La serendipia es la colisión entre el azar y el conocimiento.